sábado, 3 de marzo de 2007

S. O. S.

(Save our souls)


I

Desde la ventana de restaurant aprecio como la tarde se fue consumiendo poco a poco, había llegado puntual a la cita a las cinco con cinco de aquella tarde de junio, Un expreso por favor, había ordenado a la camarera. El café tardo un poco en llegar. Lapso que aprovecho para disculparse un momento e ir rápidamente a desembarazarse de los nervios líquidos que su presencia despertaban. Hacía más de un año que no se veían. Se llevo la pequeña taza con mano temblorosa a los labios y ella lo noto. Lo invito a cambiar su lugar por el que estaba junto a ella y no supo decir que no. Sentado ahí, junto a su corazón perdido, vio como la tarde se desvanecía y las farolas afrancesadas se encendían una a una. Ella lo tomo del brazo y se recostó en su hombro, poco a poco se fue fundiendo con la tarde hasta desvanecerse por completo.

II

Nadie vendrá, lo más seguro es que no salga de aquí sino hasta mañana, quizás deba de sentarme y ponerme lo más cómodo. Así lo hizo. Cerró los ojos y la escena se repitió: Ella lo tomaba del brazo y se recostaba en su hombro, él la tomaba suavemente de la mejilla y le daba un beso en la frente.

¡Te lo dije! ¡Debimos tomar las escaleras! ¡Pero no, tu flojera fue mayor! Ahora no sabemos hasta cuando estaremos aquí. El tono de enojo era ineludible, máxime que el silencio reinaba cuando comenzó el reclamo. ¡Tranquilo! Ya veras como los bomberos no tardan en llegar, además fue tu culpa… te tardaste horas en salir del sanitario del restorante, a ver, dime ¿qué tanto hacías? Un suspiro de desesperación hizo vibrar el aire que ya comenzaba a enrarecerse y luego el silencio reino.
Aquel restorante era famoso por las mujeres que lo frecuentaban y la vista que ofrecía a los comensales de aquella plaza de verdes jardines y farolas de estilo francés. Fue inevitable no ver los gestos de coquetería de aquella trigueña que con insistencia le dirigían la mirada hacía la zona de sanitarios. Se paso la mano por el cabello en gesto de consentimiento y espero a que ella se pusiera en camino primero.

¡Carajo! ¡En buena hora se me ocurrió dejar el silenciador de la pistola en casa! Con que gusto silenciaría a este par. Comenzó a golpear el piso con el pie en claro gesto de desesperación. ¡Dos tiros discretos! ¡Dos! Ya han delatado su posición, ¡Solo dos tiros! Se pasó la mano debajo de la chaqueta, buscando el acero frío del cañón de la .45 con cachas de nácar. Creo que no habrá otro modo que volver mañana, el “Encargo” ya habrá dejado el edificio a estas horas y seguramente no ha de estar atorado en el ascensor. Los pensamientos de desesperación y frustración lo hacía su presa y lo incitaban a golpear el piso cada vez con más insistencia.

Pobres, ¡los desespera la oscuridad! Discretamente, sin hacer ruido y con los menos movimientos posibles, doblo y guardo el bastón guía en uno de los bolsillos del saco. Lentamente deshizo el nudo de la corbata y se dispuso a matar desesperaciones.

III

Alguien comenzó de pronto a dar ligeros golpes en una de las paredes: tres cortos, tres largos, tres cortos. El sonido hacía eco en el recinto, se perdía y luego comenzaba de nuevo.

IV

No sé cuanto tiempo escuche los golpes entre sueños, lo único que recuerdo es que cuando desperté era ya de día, junto a mí había una pareja que parecía dormir placidamente y acurrucado en un rincón un hombre que descansaba cubriendo con la mano el cañón de una pistola con cachas de nácar, la puerta del ascensor estaba detenida por un macetón puesto deliberadamente para que no se cerrara y justo en el dintel a alguien se le había caído una corbata. Me levante salí de ahí tratando de no despertar a los demás. No recuerdo cuantos pisos bajé por las escaleras. Tomé la agenda y anote con letra somnolienta: Concertar nueva cita con el psicólogo.

Al llegar a la esquina un ciego de traje azul marino me preguntó la hora, Once con cincuenta y cinco, le dije y cruce la calle mientras los últimos minutos de la mañana se iban desvaneciendo junto a mis pasos.

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