martes, 27 de diciembre de 2011

La historia de una mañana

Te levantas despacio. Abres los ojos poco antes de que el Sol entre por aquel resquicio que siempre queda en dónde se unen las cortinas y comience a recorrerte comenzando por los pies. No soportas más las cobijas calientes y te decides a salir de ellas. Tus pies desnudos se posan sobre el piso de madera color chocolate. Los retiras en un inicio, al sentir la extrema frescura, pero luego tomas valor y los posas por completo sintiendo la textura del barniz.

Sientes el frio de la mañana caer sobre tu torso desnudo. No te gusta usar pijama. Dices dormir más cómoda vistiendo aquellos boxers masculinos que te llegan hasta media pierna. Dices también que te gusta el contacto directo de las sábanas con tu espalda, con tu pecho, rozando tus pezones y acariciándote el deseo. Te acaricias el cabello y el rostro, luego bajas los brazos y los cruzas sobre tu pecho, abrazándote. El frio se cuela por tus poros pero no haces algo por cubrirte, prefieres disfrutar la sensación.

Te pones de pie y caminas hacia la ventana. Abres las cortinas. Es improbable que alguien te pueda ver desde la calle cuando tú estás a veinte pisos de altura. Pero no es imposible. Abres las cortinas y bajas los brazos. Dejas que el Sol pare en tu cuerpo sólo cubierto por aquella pantaleta de encaje y corte frances. A contraluz, tu silueta se dibuja por completo en el ventanal.

En un unos minutos más deberás romper con esa calma que ahora sientes y comenzarás la premura. Primero la ducha con agua tibia que siempre empaña la cabina de baño y el espejo. Aquel espejo al que le quitas el vapor con la mano sólo para descubrir un retrato vivo que te resulta familiar.

El cabello mojado te cae sobre la espalda y algunas gotas furtivas con rumbo descendente te recorren la piel hasta romper en pequeños charcos que dejas a tu paso mientras caminas al vestidor.

Preparas café, un poco de fruta y pan tostado. Desayunas en bata.

Te cepillas el cabello y lo sujetas con un listón que combina con tus labios. Tu manicura es impecable, tus pasos acompasados y tu cadera seductora.

Sales a la calle, vestida sólo con unas gotas de perfume y zapatillas.