domingo, 9 de noviembre de 2008

Cruzar la frontera

La frontera de la calle fue muda testigo. Ahí, justo a la mitad, de pie sobre la línea intermitente, con la mirada puesta en el fin del sendero pavimentado, se quedó a la espera.

Comenzó el día como siempre: dos de azúcar sobre el pan con mantequilla, café negro de grano. Sobre la mesa descansaba la caja de habanos. No fumaría. Se lo había prometido. ¿Quién se puede negar a las promesas del corazón? Él, definitivamente, no podría. En la cabeza le rondaba la idea de salir a caminar sin rumbo fijo, estuvo dilucidando esto mientras paseaba de un lado al otro de la pequeña sala, dando giros rápidos sobre los talones mientras la mano se preocupaba por mantener la taza y su contenido en equilibrio. Salir a caminar sin rumbo…- dijo esto en voz alta y en tono dudoso, imaginando las posibles consecuencias que, inconscientemente, deseaba que pasaran. Lo más probable era que llegara hasta dos cuadras antes del destino invocado y luego, tal como lo hacía en la sala, diera un giro sobre sus talones buscando la vía de escape más próxima. El ring-rang del teléfono le sacó de concentración.
Diga… eh! Diga- aguardó un instante más y luego repitió nuevamente -¡Diga!-. Silencio absoluto. Colgó la bocina. Apresuro el café. El pan con mantequilla con dos de azúcar quedó quedo intacto sobre la mesa de la cocina.
Al salir tomo la chaqueta de pana del perchero que descansaba junto a la puerta, tomo las llaves de un gancho improvisado que había colocado junto al dintel y salió dando un tremendo portazo.